Por Ignacio Bernabé
En relación al crecimiento de las organizaciones, en numerosas ocasiones he advertido que estamos asistiendo a un cambio de modelo socioeconómico que se está produciendo de manera natural desde el Capitalismo hacia el Capital-Humanismo, al igual que el primero evolucionó de manera natural desde el Feudalismo. No puede ser de otro modo pues la evolución en los paradigmas sociales y económicos, al igual que en el Ser humano, es un proceso inexorable.
Yo diría que se trata incluso no tanto de una evolución como de una revolución. Una revolución que de algún modo se inició simbólicamente hace más de 2.500 años en la época de los grandes pensadores griegos y que podría culminar a lo largo de este siglo. Yo la llamo: La revolución de las personas.
En este sentido suelo recurrir a Immanuel Wallerstein quien dice que: “el Capitalismo ha funcionado de alguna forma maravillosamente durante 500 años. Que ha sido un sistema extremadamente exitoso, pero que está terminando por deshacerse a sí mismo porque su clase dirigente y sus élites políticas no están siendo capaces de resolver el problema de incertidumbre en el que nos hemos metido”.
A mi juicio, el Capitalismo ha hecho un buen papel en la construcción de muchas de las cosas buenas de las que hoy gozamos, creo que sería injusto no reconocérselo, y sin duda también tengo algunas cosas que reprocharle. Pero creo que lo que algún día tuvo un sentido y gozó de cierta eficacia, ahora ya no lo tiene ni puede seguir siendo eficaz, sencillamente porque bajo el propio sistema las cosas han cambiado, siguen y van a seguir cambiando, mucho y cada vez más rápido.
Es un hecho que ni el entorno, ni la sociedad actual de principios del siglo XXI, ya demasiado tiene que ver con el entorno y la sociedad de tan sólo finales del siglo XX. Sólo tenemos que mirar un poco hacia atrás y observaremos grandes diferencias en lo económico y en lo social. Se trata de entender que estamos ante una sociedad inédita en un entorno inédito, lo cual inevitablemente requiere un cambio de paradigma.
“Ni el entorno, ni la sociedad actual de principios del siglo XXI, ya demasiado tiene que ver con el entorno y la sociedad de tan sólo finales del siglo XX. Necesitamos inevitablemente un cambio de paradigma.”
No coincido con Wallesrtein, en que la principal cuestión del Capitalismo sea un problema de incertidumbre no resuelto imputable a las élites dirigentes y a las clases políticas, sino más bien un asunto sistémico cuya responsabilidad nos compete a todos.
Yo lo califico como un problema de homeostasis imposible de resolver. Es decir: el desequilibrio que produce el propio sistema al no ser capaz de gestionar adecuadamente la naturaleza humana en el grado de evolución en el que se encuentra en estos momentos en su relación con el entorno desarrollado, a través de valores, educación, cultura y normas universales y sostenibles, es realmente insalvable bajo las premisas del capitalismo.
En resumidas cuentas, la naturaleza del capitalismo termina por chocar de frente con la naturaleza de las personas en su relación con el entorno desarrollado bajo el propio sistema.
“El Capitalismo causa un desequilibrio sistémico imposible de resolver a través de valores, educación, cultura y normas universales y sostenibles, desde las propias premisas capitalistas”
Esta es a mi juicio la principal causa subyacente de una crisis inédita, tanto por sus causas como por sus consecuencias. Una situación que tras ser analizada desde esta perspectiva, debiera convertirse definitivamente en el principal indicador de un capitalismo que una vez llevado a su máxima dimensión debe por fin dejar paso a un modelo más avanzado que crezca y nos haga crecer desde nuevas premisas más humanas.
Hablo de ser coherente con las verdaderas necesidades que nuestra propia naturaleza nos exige para crecer y desarrollarnos como personas y como profesionales, y con las auténticas posibilidades que a su vez nos ofrece para darle una respuesta adecuada.
Me refiero a encontrarnos de una vez por todas con nuestra esencia como seres humanos. De ponernos definitivamente en el digno lugar que nos merecemos, dando una definitiva solución a nuestros legítimos intereses, motivaciones y talentos más profundos para crecer en virtud de todo ello.
“El Capital-Humanismo nos pone en el digno lugar que nos merecemos, dando una definitiva solución a nuestros legítimos intereses, motivaciones y talentos”
En ese sentido debiéramos entonces plantearnos si queremos ser meros espectadores o los auténticos protagonistas de este proceso de evolución sistémica.
Preguntémonos si queremos liderar de verdad nuestro presente para que nuestro futuro, y desde luego el de nuestros hijos, sea cuanto menos el resultado de nuestras acciones libres y conscientes, algo desde lo que apelo a todos y cada uno de nosotros, a la persona.
¿Es todo ello únicamente responsabilidad de nuestros políticos y gobernantes, o es por encima de todo la nuestra? ¿Es algo solamente posible desde el sentido, la conciencia y los actos de quienes ostentan el poder?, ¿o también de quienes ostentamos la autoridad para hacer que las cosas cambien desde nuestro propio cambio personal?.
En un entorno inédito, en crisis global, y más complejo y dinámico que nunca, la sociedad más avanzada de la historia de la humanidad reclamamos a gritos esa felicidad que algún día el capitalismo nos prometió bajo una cultura consumista, cortoplacista y superficial, sin apenas ser conscientes de cuál es nuestra verdadera responsabilidad en todo este asunto, o quizá sí, lo que aún sería más preocupante.
Tomemos conciencia de que sólo el cambio en lo personal, definitivamente puede facilitarnos la transformación y el crecimiento empresarial, económico y social que necesitamos.
Crecer desde las personas es la única base sostenible. Crecer equilibrando definitivamente las legítimas necesidades e intereses de las empresas, con las también legítimas necesidades e intereses de las personas.
Crecer en compromiso, competencia y felicidad, es la única clave posible para crecer en todo lo demás.
El compromiso desde un sentido profundo, así como el desarrollo y puesta en valor de nuestro talento al servicio del mismo, tiene un impacto directo sobre nuestra felicidad.
Esto es algo por tanto que no puede ser concebido livianamente como un mero asunto estratégico, sino como un tema de responsabilidad social de vital importancia para el desarrollo de las personas y de la sociedad en general.
“Crecer desde las personas es la única base sostenible. Crecer equilibrando definitivamente las legítimas necesidades e intereses de las empresas, con las también legítimas necesidades e intereses de las personas. Crecer en compromiso, competencia y felicidad, es la única clave posible para crecer en todo lo demás.”
Pero tenemos un gran escollo que debemos salvar: El Capitalismo nos ha hecho creer que es mejor tener que saber, y que es mejor saber que Ser, ¡y nosotros le hemos creído!.
¿Dónde queremos que siga quedando la persona? ¿En qué manos queremos poner el asunto de nuestra felicidad?. ¿Vamos a seguir buscándola desde el legado capitalista de creencias, o vamos a darnos la oportunidad de encontrarla definitivamente en nosotros mismos desde nuevos pensamientos Capital-Humanistas?.
¿Vamos a seguir haciendo empresa desde un Management obsesionado en la práctica con los objetivos, pese a que esta excesiva orientación nos haya demostrado que ello termina por ir en contra, no sólo del bienestar de las personas, sino también de lo que somos capaces de lograr desde una gestión más acorde a la realidad y a las oportunidades que nos ofrece nuestra propia naturaleza?
¿O vamos a volcarnos definitivamente en un Growth Management eficazmente orientado a las personas, capaz de ponernos en valor desde nuestro propio crecimiento como seres humanos?
“¿Vamos a seguir haciendo empresa desde un Management obsesionado en la práctica con los objetivos? ¿O vamos a volcarnos definitivamente en un Growth Management eficazmente orientado a las personas, capaz de ponernos en valor desde nuestro propio crecimiento como seres humanos?
En términos capital-humanistas, es preceptivo que los profesionales de las empresas puedan competir bajo principios de talento, mérito e igualdad de oportunidades, pues además de ser inteligente para las empresas es un legítimo derecho humano, lo cual no debería ser considerado nunca como una aspiración utópica sino como un desafío posible.
Y desde un punto de vista más amplio, como sociedad deberíamos reivindicar de una vez por todas el derecho a conocer objetivamente y poder desarrollar de manera integral nuestro propio talento desde la infancia y a lo largo de la vida, pues es el modo de poder alcanzar nuestra máxima dimensión como seres humanos y la oportunidad de elegir desde un sentido más profundo nuestro futuro y el modo en el que queremos construirlo de forma libre y consciente desde nuestra propia responsabilidad personal.
Observando el proceder de demasiados directivos en las empresas, y más allá de los diferentes gobiernos del mundo, queda claro que poner en valor de un modo justo y eficaz el talento, el conocimiento y la autoridad, es más complejo que poner en valor, de igual modo, el capital, la propiedad o el poder; ¡y estoy de acuerdo!.
Lo paradógico entonces es que se dediquen menos recursos a lo primero que a lo segundo, lo que no puede más que interpretarse como un claro indicador de ineficacia, desconocimiento o falta de conciencia de lo que es más relevante para el crecimiento de las personas y de las organizaciones. De lo que realmente puede generar mayor valor empresarial y social.
Una empresa o gobierno que no es capaz de conseguir que todos o al menos la gran mayoría de los actores implicados encuentren un sentido profundo desde el que generar una visión, pensamientos y valores que colectivamente definan una cultura desde la que crear y crecer, desarrollará sencillamente un sistema ineficaz.
Por ello cuanto menos debiéramos ponernos de acuerdo en el sentido personal y social de desarrollar una nueva y más poderosa visión que arraigue fuertemente desde el convencimiento colectivo de nuevos pensamientos y valores individuales que sean compartidos por la mayoría. Trabajar en esta dirección sería al menos un buen comienzo.
A ello ayudaría tener cada vez más presente que la formación integral de la persona es una garantía para la eficacia empresarial, la continuidad de la democracia, la sostenibilidad de la paz y la generación y el mantenimiento de la esperanza, aspectos clave para el desarrollo de cualquier sociedad, algo aplicable desde luego a cualquier organización.
“La formación integral de la persona es una garantía para la eficacia empresarial, la continuidad de la democracia, la sostenibilidad de la paz y la generación y el mantenimiento de la esperanza, aspectos clave para el desarrollo de cualquier sociedad”
La principal premisa, en definitiva, para desarrollar cualquier sistema socioeconómico, la causa de su éxito o de su fracaso, tiene que ver con nuestras propias entrañas, es decir, con el análisis y estudio de las particularidades y contradicciones del propio hombre como ser social, porque cualquier paradigma debe ajustarse a la naturaleza humana y no a la inversa. Si así lo hiciéramos, estaríamos construyendo una utopía.
Debemos construir sociedades conformadas por personas libres y conscientes, pues tras la consciencia libre se encuentra el pensamiento crítico y la responsabilidad personal, lo que hace que una sociedad se transforme y crezca sana, fuerte y en paz.
Si podemos compartir todo ello, quizá entonces debiéramos plantearnos aplicar con decisión las premisas Capital-Humanistas de sentido, consciencia y responsabilidad.
Esta poderosa triada es la única sobre la que se puede sostener un proceso de evolución necesaria, como el que está teniendo lugar de manera silenciosa para muchos, a gritos para otros.
Pero esto es algo que cada cual debe decidir y actuar en consecuencia. Nada de lo dicho aquí es realmente relevante. Lo realmente determinante, eso sí, es como siempre lo que cada uno de nosotros terminemos por decirnos.
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